miércoles, 2 de mayo de 2007

Arte literario en la Nueva filosofía de la naturaleza
del hombre de Oliva Sabuco

Andrés García Cerdán




“Las liebres llevadas a Itaca se mueren.”



I

Imaginemos a una mujer de finales del siglo XVI español. La hija del bachiller Sabuco es entonces una joven, de algo más de 20 años, de buena familia, culta, que lee en la Naturalis Historia de Plinio el Viejo y escribe de buena mañana. Es probable que recuerde esa hermosa traducción del Crátilo platónico que Simón Abril le ha enseñado. Es probable que también tenga en consideración las convicciones del maestro sobre el uso del romance -antes que el latín- para la pedagogía, la didáctica, la ciencia. Por los ventanales de la estancia entra la luz de la primavera alcaraceña o se cuelan los primeros hilos de lluvia del otoño. Al fondo, una senda de diamante recorre la crestas de la sierra. Eso de allá es el sur, el camino del sur. El pueblo está tranquilo estos días y éste es uno de esos momentos en que la delicadeza y la inteligencia son ámbar, luz, espejo. La joven destila gracia sobre unos folios en blanco. Su nombre es Oliva. Acaba de anotar en los márgenes, con letra precisa, una imagen, a propósito de la sensibilidad de algunos animales. Cuenta Plinio, en el libro IX, que un delfín acude cada día a la misma costa, porque ha tomado amistad con un muchacho, con el que tiene conversación, al que pasea en su lomo por el mar, con el que juega. Viendo el delfín que en varios días el muchacho no llega a su cita, se da a gemir, “en semejanza de lloro, hasta tanto, que allí mismo lo hallaron muerto”[1]. Son humanos –se diría- los animales de esta historia, más humanos que algunos hombres. A ella le viene al caso para reforzar una idea que desde hace tiempo le ronda: los afectos del hombre son compartidos con los afectos de los animales. Y anota: “Los hombres tienen las tres partes del ánima: la sensitiva con los animales: la vegetativa con las plantas: la intelectiva con los ángeles”. La intelectiva convierte al hombre en una especie de ser semidivino. Tal es la fe de la humanista: la razón, el entendimiento y la voluntad han de llevar al hombre a los confines del mundo, al centro simbólico del universo. La Edad Moderna ha nacido. El cerebro, aleph, aporía, magia, es la raíz de ese árbol invertido, al revés, que es el hombre, microcosmos, puente hacia la luz. A mitad de camino entre el árbol de la vida y el árbol de la ciencia, se alza el árbol humano. Sobre esa verdad coloca Oliva la piedra maravillosa de la idea antigua, en ella aposenta una verdad nueva, hija de la ciencia, la imaginación, la sensibilidad y la filosofía. Finalmente, lo hace porque quiere que su doctrina valga frente a la muerte y el desorden. Para la felicidad.
Entusiasmada por la límpida fantasía entreverada de mito de las historias naturales de Plinio y Claudio Eliano, la joven se adentra en la naturaleza, y bucea en la naturaleza del hombre, a la busca de la felicidad, ascendiendo por la escala de la virtud y el saber, filtrándose hasta los nervios, el corazón, las rodillas, el estómago, el cosmos. Es posible que se deje llevar por la imaginería fantástica de las historias antiguas, por la zoología narrativa de las leyendas, por la maravilla de las metamorfosis de Ovidio, por esa indeleble huella luminosa que la cultura ha ido dejando en la memoria de los hombres. En ningún momento, sin embargo, se olvida del sentido común y de la sabiduría del pueblo.


II

Como un milagro en la España de Felipe II, en los tiempos del Segundo Renacimiento o Renacimiento cristiano, esta docta puella ha recibido una educación de élite, que incluye amplios conocimientos científicos y filológicos. Como María Milagros Rivera afirma en la Querella de las mujeres[2], durante el Humanismo y el Renacimiento el proyecto de igualdad entre sexos se refirió, más que a una igualdad legal, a una igualdad de acceso al conocimiento. Como Sor Juana Inés de la Cruz, viene Oliva Sabuco a engrosar la lista de mujeres que encuentran en el estudio y el conocimiento su libertad. Son humanistas, escritoras, historiadoras, académicas, beguinas y beatas, alumbradas o místicas: Luisa Sigea de Velasco, Juana de Contreras, María García de Toledo, Leonor López de Córdoba o Teresa de Cartagena, la veneciana Christine de Pizan, la italiana Laura Cereta, Teresa de Cepeda y Ahumada, Leonor de Aquitania, Isabel de Villena, María de Zayas. Antes, las germanas Herralda de Hohenbourg e Hildegarda de Bingen. Antes, Safo.
La actitud de estas mujeres, que reclamaron para sí el derecho a “una habitación propia”, como quería Virginia Woolf, podría quedar resumida en las palabras de Teresa de Cartagena al frente de La Admiraçión Operum Dey: “Maravíllanse las gentes de lo que en el tratado escribí, y yo me maravillo de lo que en verdad callé.” Teresa de Cartagena había defendido, ante sus detractores, que si Dios concedió el don de la escritura a los hombres, también se lo había concedido a las mujeres. La misma naturalidad había en la escritura femenina, siendo la mujer cualquier cosa menos un ser inferior, como se desprendía de Aristóteles y un sinfín de interpretaciones misóginas.
Como Cervantes, Luisa Oliva ha de vivir a caballo de dos siglos, el XVI y el XVII, en el tránsito entre Renacimiento y Barroco, entre la modernidad y la superchería, entre el liberalismo erasmista y el casticismo retráncano, entre la reforma y la tradición. El siglo en que nace y se desarrolla intelectualmente es aún un siglo de mitos, de supersticiones, de alegorías, de esoterias. Lo medieval tiene un sitio aún en la vida de las gentes y en la cultura. Véase, por ejemplo, la vitalidad de La Celestina a lo largo de todo el siglo XVI. Cuéntese con la obstinada y arbitraria persecución de herejías, heterodoxias, reformismos y vanguardias que practica el Santo Oficio.
Pero en 1587, en Madrid, verá la luz la Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, uno de los mejores ejemplos de la prosa didáctica castellana del Renacimiento. Es el año en que Lope de Vega es desterrado de Madrid por publicar unos libelos contra Elena Osorio y su familia. En 1583 Fray Luis de León ha publicado De los nombres de Cristo y La perfecta casada. En 1585, Cervantes da a la imprenta de Juan Gracián la Primera parte de la Galatea; San Juan de la Cruz, con Cántico espiritual y Santa Teresa, con Camino de perfección abundan definitivamente en la mística. En 1588, El Greco entrega El entierro del conde de Orgaz. Santa Teresa culmina Libro de la vida y las Moradas. Son años de literatura febril y entusiasta. Y de amor por la vida, de caminos hacia Dios. En ese contexto español hemos de reconocer la importancia que Lope de Vega concede a Oliva, llamándola la “décima musa”, quizá la musa de la medicina y la psiquiatría.


III

Arquetípica a la hora de entender el Humanismo es la sentencia de Terencio: “Homo sum: nihil humani a me alienum puto.” Soy un hombre: nada de lo humano considero ajeno a mí. Luisa Oliva toma esta divisa como propia. Todo lo humano le concierne. Lo humano es el prisma desde el que se vive la aventura del conocimiento y la existencia: fisiología, psique, vida social, gobierno. Se ha dado en llamar a esta mirada nueva antropocentrismo. ¿Qué puede haber más allá de las razones del “Nosce te ipsum”, cuya modernidad, cuya apolínea majestuosidad presiden el viaje de la Nueva Filosofía? El hombre es un mundo en sí mismo que debe ser conocido. Así lo expresa: “Llamaron los antiguos al hombre Microcosmo (que dice mundo pequeño) por la similitud que tiene con el Macrocosmo (que dice mundo grande, que es este mundo que vemos). […] así en el mundo pequeño hay un príncipe, que es causa de todos los actos afectos, movimiento y acciones que tiene, que es entendimiento, razón, y voluntad, que es el ánima que descendió del cerebro, que mora en la cabeza, miembro divino”.
El viaje interior, el del humanismo sentimental comienza en el cerebro. A este viaje se apunta también la virtud, en su amplitud de bien, inteligencia, felicidad. La sabiduría y lo virtuoso son caras de la misma moneda. “La sapiencia es una ciencia de las cosas divinas, naturales, y conocimiento de las causas de todas las cosas: es una virtud, y ornato en el hombre, la más alta y divina de todas, y que a todas perfecciona. […] Esta hace felices y dichosos en este mundo, y sin ella no hay felicidad.”[3]
“Tempore regis sapientis virtus non coeca fortuna dominatur.” La virtud no puede ser dominada por la ciega fortuna. Hay un deseo expreso de poner orden en las cosas y clarificar el conocimiento. Virtud, moral y verdad constituyen los ejes en los que se sujeta el pensamiento humanista de Oliva Sabuco, la realidad de la vida entre lo científico y lo espiritual. Quizá sea este encuentro entre luz y secreto, entre razón y mística, lo que nutra las palabras del intelectual del Renacimiento y el Humanismo de la segunda parte del siglo XVI.


IV

Qué interesante es que para Oliva Sabuco la eutrapelia sea uno de los elementos que forjan la felicidad, que dan la salud. La buena conversación, la amistad, el intercambio intelectual se consideran valores en sí mismos. Entonces no es en vano que organice sus disquisiciones en forma de coloquio, diálogos, conversación. La forma responde perfectamente al estilo del humanismo ensayístico. Pero es tan particular y tan auténtica que en ella tiene sentido el dicho de “El estilo es el hombre.”
El diálogo, la égloga, el coloquio, la novela pastoril, el teatro hunden sus raíces intencionales en el intercambio de información y permiten una perspectiva poliédrica de un mismo asunto. De origen socrático, el diálogo es la forma renacentista del ensayo. Su naturaleza lo convierte en vehículo ideal para la discusión, la disquisición, la oposición y la complementariedad de ideas, posturas argumentos. Son famosos en nuestra literatura los Diálogos de amor de León Hebreo; El coloquio de los perros de Miguel de Cervantes; Diálogo de la lengua de Juan de Valdés; Diálogo de las cosas acaecidas en Roma de Alfonso de Valdés; las Églogas garcilasianas; Diálogo de dos mujeres sobre la vida áulica y la vida solitarias de Luisa Sigea, etc. Luisa Oliva insiste en esta fórmula tan propicia a la exposición y tan feraz en sus resultados. En Coloquio de el conocimiento de sí mismo “hablan tres pastores filósofos en vida solitaria, nombrados Antonio, Veronio, Rodonio.”[4] Son tres pastores, que son presentados al más puro estilo de Garcilaso: “ANTONIO: Qué lugar este tan alegre, apacible, y grato, para la dulce conversación de las musas. Asentémonos, y aflojemos las venas del cuidado, pues este alegre ruido del agua, el dulce murmurar de los árboles al viento, el suave olor de estos rosales, y prado, nos convidan a filosofar un rato.”[5] Esta ambientación es un tópico literario de raigambre clásica: el locus amoenus, que ha de propiciar el espacio de intimidad y solaz preciso. Desde Virgilio a Horacio, pasando por Sannazaro o Fray Luis, la naturaleza hermosa ha procurado el escenario perfecto para la reflexión. Este vínculo hombre-naturaleza es perpetuo y adquiere distintas representaciones: al tiempo que se emparenta con otros tópicos: el comptemptus mundi, la aurea mediocritas, la Arcadia, el desprecio de corte y alabanza de aldea, etc. en un clima de idealismo bucólico que invita a la filosofía, el canto, la libertad, el gozo.
A veces, en la Nueva filosofía parece que Oliva entable diálogo consigo misma. Es una forma de introspección que le confiere al texto más verdad y más modernidad. Monólogo interior o fluido de conciencia, o simplemente sinceridad. Sorprendente es la perspectiva femenina que adoptan las palabras de Antonio, lo que podría interpretarse como la voz en primera persona de la autora. En Del afecto de amor y deseo. Avisa que este afecto mata, y hace diversas operaciones leemos: “¿Si yo perdiese esto que tanto amo, sería yo tan apocada y pusilánime, que perdiese la vida también por ello, como las otras mujeres tontas, que no sabían ni conocían estos enemigos del género humano?”[6] Esto, y la multitud de ejemplos, historias y casos de mujeres dan cuenta de la lateralidad femenina de la Nueva Filosofía.
A lo largo de toda la obra es el pastor filósofo Antonio quien lleva la voz cantante, el peso de las argumentaciones, los avisos y consejos al prudente lector. El papel de Rodonio y Veronio es algo más artificial y se limita a la propuesta de nuevos temas o a pequeñas interpelaciones. Eso mismo ocurre en “Coloquio en que se trata la compostura del mundo como está” y en el “Coloquio de las cosas que mejoran las repúblicas”.


V

En su condición de texto expositivo, de contenido didáctico-científico, en su voluntad de divulgación y educación sería pertinente referirse a las dimensiones a que debe atenerse la composición del discurso. Para la retórica clásica un texto debía tener en cuenta la elocutio, la dispositio, la inventio, la memoria, la actio. Oliva Sabuco no sigue sin más un orden establecido. Es más, da la sensación de que el texto vuelve sobre ideas ya expuestas, utilizando a veces los mismos argumentos e insistiendo en determinados ejemplos o avisos. Con todo, la riqueza natural de este cauce filosófico consiguen que la Nueva Filosofía disfrute de las premisasn retóricas clásicas al tiempo que de la diversidad de opciones intelectuales que surgen.
De igual forma, se pueden considerar los argumentos que Sabuco esgrime atendiendo a tres condiciones: el ethos –moral-, el pathos –afectivo- y el logos –racional-dialéctico-. Los argumentos que se atienen al pathos son más frecuentes en la primera parte, dedicada –como sabemos- a los distintos afectos: de misericordia, de servidumbre, de ira, de rencor, de amor, de esperanza de bien. Por otra parte, los afectos morales son más propios de el Coloquio de las cosas que mejoran las repúblicas, disertación ética sobre la que planea el platonismo de San Agustín, Eclesiastés o Salomón: “Hablando de la magnanimidad, que “es una gran virtud en el hombre”, dice: “el magnánimo, cuanto más puede, menos se venga, y perdona liberalmente, que siempre esta virtud tiene consigo a su hermana liberalidad, que es dar, y hacer bien francamente a todos, como el sol para las criaturas, y por esto el magnánimo más se goza, y alegra en dar, que en recibir “.[7] Por fin, argumentos de tipo dialéctico-racional encontramos a lo largo de toda la obra.

En la Epistola ad pisones se cifra la poética que Horacio ha de transmitir a la posteridad, casi canónica. Oliva Sabuco la sigue, la presiente. La naturalidad en la expresión, la variedad de asuntos, casos, ejemplos, ideas (variatio), la finalidad didáctica y el propósito de instruir deleitando (aut docere aut delectare), los argumentos de autoridad, el uso de símiles y metáforas para procurar una mejor recepción… están presentes a lo largo de toda la obra.

Insiste en varias ocasiones Oliva en la novedad, el alcance y el pragmatismo de sus enseñanzas, declarándolo ya desde la “Carta dedicatoria al Rey Nuestro Señor”: “Tan extraño y nuevo es el libro, cuanto es el autor. Trata del conocimiento de sí mismo, y da doctrina para conocerse, y entenderse el hombre a sí mismo, y a su naturaleza, y para saber las causas naturales por qué vive, y por qué muere, o enferma. Tiene muchos y grandes avisos para librarse de la muerte violenta. Mejora el mundo en muchas cosas […]. Este libro faltaba en el mundo, así como otros muchos sobran. Todo este libro faltó a Galeno, a Platón, y a Hipócrates en sus tratados de natura humana, y a Aristóteles cuando trató de anima y de vita, y de morte. Faltó también a los naturales, como Plinio, Eliano, y los demás, cuando trataron de hómine.”[8]
Es, por tanto, consciente de su valor y de las aportaciones y rarezas que entraña. En verdad es un libro original, más aún visto desde la distancia del siglo XXI. En ocasiones da la sensación de que estamos ante un texto en la vía visionaria de William Blake, cercano a la iluminación y la videncia de Arthur Rimbaud, al realismo mágico de Julio Cortázar o al onirismo surrealista de Oscar Domínguez o Jean Cocteau. Tal es la imaginería que desborda el texto, tal su vehemencia expresiva, tales las vetas irracionalistas que lo recorren. En verdad, se puede hablar de logros científicos y filosóficos. Sin duda es un texto de un inaudito valor aetístico. ¿Por qué no hablar de un cientifismo ingenuo, esto es, nacido libre, que no se arrodilla, o de misticismo pagano?
En , dice Oliva: “Esta prudencia nace de la razón, y solamente se halla en el hombre; pero hállanse en los animales algunas astucias, o solercias […], de las cuales tocaremos algunas para alabar al criador. De la mona, dice Plinio, que se ha visto jugar al ajedrez. […] El elefante aprende todo lo que le enseñan, y así lo dice Aristóteles: entiende el lenguaje, que le enseñan de su patria, y obedece a sus maestros en todo lo que mandan. Cuenta Aeliano, De elephantorum historia, y Plinio de uno que escribió, por derecho orden, un verso en latín.”[9]
Es impresionante este otro fragmento de : “En Patagonia tienen dos corazones las perdices. Cerca de Brileto, y Tarne (lugares) y en la isal Cheroneso, tienen dos hígados las liebres, y si las mudan a otra parte pierden el uno. En Beocia el agua del río Melas hace las ovejas negras. El agua del río Cefiso las hace blancas. […] Las liebres llevadas a Itaca se mueren. Las ranas en la isla Serifo son mudas, y llevadas a otra parte cantan.”[10]
Se podría decir que estamos en un momento de pensamiento fantástico, a medio camino entre el mito y el logos. Estas creencias y otras sólo son posibles por la autoridad de que provienen. El catálogo de animales maravillosos incluye a nautilos, dragones, unicornios, catablepas, al lado de leones, delfines que hablan, elefantes que hacen recados, etc. La imaginería y la imaginación desbordantes de Oliva Sabuco nos hacen recordar lo que dice André Breton en el Manifiesto del Surrealismo: “Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas.” Todo parece posible. El universo imaginativo y cognoscitivo de Oliva es integral, universal, total. En los relatos y ejemplos con que asegura sus razonamientos e inquisiciones todo es posible. Todo cuadra, además, porque, salvo ocasiones, está maravillosamente escrito.
Si hubiese que establecer alguna similitud, sería con El jardín de las delicias de El Bosco. La galería de animales del Coloquio de la naturaleza del hombre nos permitiría hablar de una verdadera zoología fantástica, en la línea en que mucho después irían Borges, Kafka o Cortázar. ¿Por qué no hablar del cientifismo mágico de Oliva? El entramado de ejemplos y de testimonios que utiliza la autora podrían figurar en ocasiones entre las mejores páginas de la literatura fantástica. No en vano, la fusión de verdad y fantasía, la convivencia de animales reales e imaginarios, la profusión de alegorías místicas y moralizadoras en la tradición del "enxiemplo" se acerca a los bestiarios medievales, a las insólitas crónicas, al realismo mágico hispanoamericano del siglo XX y a experiencias transgresoras de todo tipo ya en la posmodernidad.
Pero no olvidamos que, en todo momento, sus argumentaciones van encaminadas a la demostración o refutación de alguna verdad. Y para ello se vale de la literatura, la filosofía y la ciencia de que se dispone en la época. Aprovecha su experiencia personal e intelectual y se resguarda en las autoridades a quienes critica o de quien se vale para sus fines. Plinio, por ejemplo, es omnipresente en el Coloquia del conocimiento de sí mismo. Se podría decir que la arquitectura esencial de la Nueva Filosofía procede en gran medida de la Naturalis Historia, no sólo por el recurso constante a las enciclopédicas ideas y los atractivos ejemplos del historiador, sino porque algunos de los asuntos de los coloquios ya aparecen en el historiador latino.
El monumento documental que es la obra de Plinio se ocupa en el libro II de la Astronomía, en los libros VII y VIII de Antropología y Psicología humana y de Zoología; en los libros XX-XXIX, de medicina, botánica, hierbas y remedios medicinales. Los coloquios de Oliva Sabuco retoman la mayoría de esos temas: “Coloquio del conocimiento de sí mismo”; “Tratado de la compostura del mundo como está”; “la vera Medicina, y vera Filosofía, oculta a los antiguos”.


VI

Las doctae puellae escribían en latín. Oliva Sabuco lo hace en castellano, con la misma intención con que Pedro Simón Abril prefiere su uso para la divulgación de conocimientos y la enseñanza de las lenguas extranjeras. En esta misma dirección se apuntan De vulgari eloquentia de Dante Alighieri, los Milagros de Gonzalo de Berceo y su román paladino o la inmensa labor de Alfonso X el Sabio. Juan de Valdés propugna hablar un castellano derecho, sin afectaciones, guiado por la naturalidad y la armonía.
La actitud de Sabuco a este respecto es clara: En el , sobre la “Mejoría en las leyes y pleitos”, dice que la confusión y la torpeza judicial tiene su origen en la gran cantidad de legislación heredada, “que pasan de veinte carretadas de libros, y aún no han acabado de escribir: de aquí viene todo el daño de ser tanto, y estar en latín”[11].
Más explicito es el siguiente fragmento: “Qué Babilonia es, que entre quinientos estudiantes en un aula, y seiscientos en otra a oír leyes, y haya cátedras de tanta renta de la gran ciencia de las leyes, pues si estuvieran en romance, y solas las necesarias, no eran menester estudios, ni cátedras, ni gastar sus patrimonios en estudiar leyes tantos estudiantes, que mejor estuvieran en su tierra algunos arando, y hallárase trigo.”[12]
Un poco después, contesta Rodonio: “Por cierto, gran razón es la que decís, y se mejoraría extrañamente el mundo, si solamente las más necesarias se quedaren en romance, y todo lo demás al juicio de buen varón y cristiano.”[13]
Según esto, Oliva muestra su preferencia por expresar en romance, a lo que añade la necesidad del buen juicio y la sensatez. La naturalidad en el uso de la lengua, que había predicado Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua, es una constante en su obra. No obstante, hay que recordar que los registros en que Oliva se expresa son variados, complementarios, poliédricos, dada la naturaleza de los contenidos a que se refiere. Es bastante moderna su concepción ensayística, desde la subjetividad sustentada en datos científicos, comentarios y observaciones entre lo empírico y lo místico, entre lo fantástico y lo racional, entre el materialismo razonado y la creencia maravillosa. Es, por tanto, la falta de afectación y la sobriedad uno de los valores literarios de la Nueva Filosofía. A veces vemos a una Oliva tratando de exponer sus ideas con claridad, desde el orden, y, simultáneamente, enfrentándose a las dificultades de comunicación. Suele insistir varias veces en la tesis que defiende, buscando en la insistencia y la repetición de motivos, ideas o argumentos un asidero. El huracán de la doctrina radical en que nos instruye, que desvela, rara vez consigue arrebatarla.
Utiliza para ello un vocabulario de meritoria precisión, en el que caben los cultismos (cremento, decremento, chilo, jugo, fleugma…), las circunlocuciones, las voces patrimoniales o las metáforas.
En su afán, Oliva mezcla distintos tipos de discurso: el didáctico, el argumentativo, el narrativo, el descriptivo, etc. Con frecuencia inserta historias para apoyar sus argumentos, tomadas de los libros de griegos y romanos, de la patrística, de la Biblia o, simplemente, de las historias y casos cercanos. Con frecuencia se detiene en una digresión moral o incorpora sentencias de notable discreción. Del sabio dice que “No hay cosa que le quite esa alñegría, y deleite, porque goza de lo presente, sin miedo de lo futuro, ni pesar de lo pasado, porque conoce los fines de cada cosa, y a donde puede llegar, y sus mudanzas del bien, y del mal”[14]. “ El ánima en el sosiego y quietud se hace sabia.”[15] En otras palabras parece preconizar a ese gran místico de la quietud que es Miguel de Molinos, autor de la Guía espiritual. Sus consejos tienen a veces ecos estoicos: “El consejo que os puedo dar en este caso, es, no amar, ni desear demasiadamente ninguna cosa, y no tener riquezas, y si las tienes, no amarlas, porque de éstas te ha de venir un día u otro daño, porque traen consigo grandes pérdidas, cuidados, congojas y pleitos, para defenderlas, y conservarlas.”[16]
Y todo ello en un tono comedido, pulcramente escrito, sopesando las palabras, como quería Fray Luis.


VII

A lo largo de toda la obra, Oliva hace gala de una cultura humanística amplia, no ya sólo por la amplitud de los conocimientos y aspectos que aborda, sino por el conocimientos de autores del clasicismo grecolatino, del mundo árabe, de la patrística y las escrituras o de la literatura en lengua castellana de los siglos XV y XVI. Recuerda la obra de Platón, Aristóteles, Avicena, Horacio, Plinio, Eliano, Demócrito, Teostrato, Asclepíades, Ovidio, Séneca, San Agustín, San Ambrosio, Boecio, Eclesiastés, Salomón, Fray Luys de Granada, Fray Luis de León, Cristóbal Acosta, Baltasar de Castiglione, Juan de MENA, Hernando del Pulgar, Angelo Policiano o Garcilaso de la Vega.
Hay que añadir que, como escritora, Oliva Sabuco brilla con luz propia a lo largo de toda la obra, y muy especialmente en algunos fragmentos: De la imaginación, Del sueño, De la amistad y conversación, De la lujuria, Del microcosmo y otros. El fragmento que transcribo da buena cuenta de lo que he pretendido decir en este breve acercamiento a su filosofía y su literatura.
“La imaginación es un afecto muy fuerte, y de gran eficacia, es general para todo, es como un molde vacío, que lo que le echan eso imprime. Y así si la imaginación es de afecto que mata, también mata, como si fuera verdad. Y por esto mueren algunos de sueños, soñando cosas que les quitan la vida. […] Es como un espejo, que todas las figuras que vienen, ésas recibe, y muestra: así si la imaginación es de miedo, daña, como verdadero. Vimos a Lucía, que por burla unos mancebos la enviaron a ver un fantasma, hecho por sus manos, y en viéndole se cayó amortecida, y esperándola, que volviese, hasta hoy la esperan. […] Así el hombre, lo que tiene en su imaginación (ora sea en vigilia, ora en sueño) aquello es para él, en tanto, que si se sueñan, o piensan dichosos, y felices, obra en ellos, como si fuera verdad. Y, por tanto, te doy este consejo, juzga el día presente por feliz.”[17]





[1] Nueva Filosofía de la naturaleza del hombre, Editora Nacional. Biblioteca de visionarios, heterodoxos y marginados. Madrid, 1981. Pág. 80.
[2] http://polcul.xoc.uam.mx/~polcul/pyc06/25-39.pdf, María Milagros Rivera Garretas, en La querella de las mujeres: una interpretación desde la diferencia sexual.
[3] Op.cit.págs. 194-195
[4] op. Cit. Pág. 75
[5] op. Cit., pág. 77
[6] op.cit., pág. 104
[7] Op.cit., pág. 185
[8] Op. Cit. pág. 62.
[9] op. cit. págs. 190-101
[10] op. Cit., págs. 146-147
[11] op. cit. pág. 281
[12] op. Cit. pág. 280
[13] op. Cit. pág 280
[14] op.cit., pág. 195.
[15] op. cit., pág. 186
[16] op.cit.,pág. 202
[17] op. Ct.ñ, pág. 175.